03 octubre 2011

La moralidad del afecto

Lo escuché de boca de una compañera de trabajo y desde entonces se ha aferrado a mi cerebro como una medusa eyectando sus filamentos: “Yo soy tolerante, pero es incómodo presenciar sus muestras de afecto”. Aclaro que sus palabras aluden a los homosexuales y sus expresiones de cariño en público.

Fue inevitable que esto  ocasionara un efecto inmediato en mí,  sin embargo luego de analizarlo no tuve más remedio que justificar, hasta cierto punto, su expuesto grado de ignorancia, reconociendo que no todos gozamos de la misma educación, ni todos evolucionamos por igual.

Tres palabras marcaron con vehemencia el clímax del desentono: “Tolerante”, “Presenciar” y “Afecto”.

  • Tolerante

Aún no concordamos en la definición de términos.  Pensé que tolerancia era el respeto de actos, pensamientos y creencias de los demás aunque no sean compartidos con los nuestros.  Sin embargo, aparentemente muchos de nosotros lo ven de otra manera.  ¿Cuál es el límite entre tolerancia e hipocresía?

  • Presenciar    

Una vez que analicé la palabra y el contexto en la frase de mi amiga reconocí la farsa y no pude contener la risa, puesto que “presenciar” es un acto y como todo acto nadie está obligado a efectuarlo. La libertad es inherente al ser humano, entonces ¿quién obliga a mi compañera a presenciar determinado acto? Es divertido imaginar la respuesta.

  • Afecto

La palabra de FONDO. Claro está que evoca a las “muestras de cariño”. Pensé ¿Cuándo, quién y cómo se determinó el valor moral del “cariño”? ¿Bajo qué circunstancia una muestra de cariño es moralmente o no aceptada? Honestamente no he encontrado respuesta  y dudo mucho que mi compañera pueda ilustrarme al respecto.  No he dejado de pensar cómo una muestra de cariño podría convertirse en algo dañino y lo más difícil aún en qué momento logra agredir a un tercero presencial, si en realidad lo logra.

Dado que una muestra de cariño se deriva del  “Amor” y el amor es MORALMENTE aceptado bajo toda percepción y concepto humano, concluí que la actitud de mi compañera no podría ser más, entonces, que el efecto de una agresión imaginaria por ser tolerante, originado por la curiosidad clandestina que le obliga presenciar “actos repulsivos” aun teniendo la libertad de girar o voltear la vista.

Managua, Octubre 2011


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