28 diciembre 2011

Tras la ausencia de un quetzal

A Jaime Castillo

Despierta brusco por ese insistente ruido de pisadas en el techo; a pesar de tanto tiempo aún parece como si fuera la primera vez en escucharlo. Nunca nadie habló de eso, quizá porque nadie más lo escuchaba, quizá porque no provoca interés alguno. Sale al balcón en ropa interior blanca. Hace frío afuera, de esos que laceran la piel sin decir nada. La ausencia se respira y el humo del cigarro disipa un poco esa presión en su pecho. Quisiera tener vino, el sabor ácido siempre fue de su agrado, sobre todo ahora que...

Pesa aún más cuando no ha sucedido; saberse solo, tendido en la negrura del holocausto de un octubre. Pesa más cuando aún no sucede. Y saber que a veces no hay opción alguna, al final se volverá costumbre... ese es el más grande y perverso monstruo, de los que destruyen implacablemente sin ningún asco, de esos que cercenan y desangran con el más profundo delirio...

Regresa a la cámara del no tiempo, cierra la puerta, nuevamente solo... por debajo de la cama brota el río que ahoga solitario los misterios de los cuerpos. Respira profundamente como si desease transmutar en sí mismo librándose de la eternidad y acortar el suplicio. Cerrar los ojos y despertar no ayuda en nada, la noche siempre vuelve. Mata. Mata. Ese frío letal entrará nuevamente porque no hay nada que lo impida. Es el tiempo que mueve sus fichas. Saberse el último de todos, verlos uno a uno caer... ¿Quién juega este juego?

No sé. No sabe. Nadie. No hay más que esa eterna espera del tiempo. Mata, porque al final con cada uno de ellos muere. Mata. Donde ha muerto un quetzal aún sin suceder pesa la ausencia.

Jorge Campos
Managua, Octubre 2011




Untitled por Jean Delville

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