12 septiembre 2011

Detonante 5-HIAA

El roce con la tela gruesa texturizada irritó mi ojo izquierdo. Inevitable fue su alteración, la serotonina sufrió un desequilibrio derramándose desde el cerebro hacia cada minúscula parte de mi cuerpo, lo sentí recorriéndome…  de inmediato y sin pensarlo llevé mis manos al rostro tratando de menguar las lágrimas por el ardor.


No tuve otra opción, ni siquiera busqué alguna. Me levanté, fui directo a la cocina por algo de papel y me encontré con esos utensilios sugestivos, eran rudimentarios, filosos, demasiado parecidos a los que usaban esos indígenas en la película. Y no sé, no entendí. Buscando el pañuelo me topaba en cada paso con uno de esos instrumentos cautivándome sutilmente con su aspecto.

No lo sé. Era pequeño y puntiagudo. No lo sé. Retorné a mi lugar, donde miraba la película con mi madre, hermana y él como si nada. No supe. No.  Deposité el utensilio en su cuello. De una vez el filo en su cuello. Sin más. Y él ahí mirándome fijamente y yo ahí sintiéndome expuesto, con la mirada de todos sobre mí. No entendí.

Me senté, mi ojo dejó de lagrimar. Y despertó en mí el más grande e intenso de los enojos al leer en la pantalla del televisor: The End.


Jorge Campos
Managua, Nicaragua 


Ríos de Sangre por Oswaldo Guayasamin


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